
26 Oct EL MIEDO
¿Quien no ha tenido miedo alguna vez? No eres persona si no has sufrido en tu propia piel lo qué quiere decir tener miedo.
A menudo, huimos del miedo, nos da miedo tener miedo. Cada cual, siente el miedo diferente manera en un lugar diferente del cuerpo. Se manifiesta de formas muy variadas: dolor de estómago, boca seca, temblor a las piernas, un nudo al estómago, taquicardia… ¿Reconoces algún de estos síntomas? Enhorabuena, ya sabes de que hablo pues.
El miedo, que es una de las emociones básicas, elementales, de todo ser humano e, incluso, de algún animal, hay que ser tratado cómo se merece. Pero el miedo es útil, nos ha venido sirviendo durante millones de años, a la especie humana, para llegar donde hemos llegado. Sin miedo, nos hubiera crujido alguna bestia y no habríamos evolucionado hasta aquí. Pero el miedo, también nos puede paralizar. Por este motivo, tenemos que aprender a relacionarnos con el de otro modo, dado que no hay nada peor que quedarse quieto, inmóvil. Porque si nos quedamos quietos no avanzamos. Y hay que andar para progresar.
Así pues, decididos y convencidos, nos proponemos atender el miedo como se merece. Cómo si fuera… una prima lejana. Aquella prima que la vemos de vez en cuando, en alguna boda o entierro. Aquella prima que sí, es familia tuya, es porque compartís algún apellido y una rama del árbol genealógico, pero que no la sientes tan cercana como a una hermana o una amiga.
A la prima, por educación, cuando baja del pueblo y se presenta en casa por sorpresa, la atiendes como es debido. Es decir, cuando pulsa el timbre con aquella insistencia, tú vas y le abres la puerta, no sin antes haber mirado por la mirilla para ver quién es. La saludas con una sonrisa y le das dos besos.
La invitas a entrar a casa y ella se acomoda en tu rincón preferido del sofá.
Pero a ti no te importa. Le ofreces un vaso de agua fresca o una bebida azucarada y le das conversación durante un rato largo, preguntando y escuchando con atención el relato de cada uno de los miembros de la familia de quién ella tiene el control. Cómo que sabes que es una chismosa, no le enseñas las habitaciones que tienes desordenadas.
No fuera el caso que vaya explicando por el pueblo la montaña de ropa que tienes para doblar o las dos pilas de facturas que se te acumulan en el despacho. Es simpática y en el fondo, la aprecias, pero hace dos horas que le das cuerda y empiezas a estar cansado y planeas como echarla de casa sin que se note. Por suerte, recuerdas que aquella noche tienes una cena con los suegros que no puedes dejar de atender y así le haces ver a ella, que, rápidamente, capta la indirecta.
Os despedís cordialmente y os prometéis que os tenéis que ver más a menudo. Que esto de veros solo cuando ella tiene hora al médico no puede ser. Y así, como aquel quien no quiere la cosa, finalmente, se marcha hasta el año que viene. Tú te quedas más tranquilo (a veces se hace un poco pesada), pero en el fondo te alegras de que haya venido y os hayáis podido poner al día.
Así pues, la prima lejana, o el miedo, aparece de vez en cuando. Sin avisar. A veces, en un callejón oscuro de madrugada, otras veces justo cuando te acuestas. Sea así o de otro modo, acordamos de tratarla como una prima lejana. Estemos atentos a que quiere decirnos, que por algo ha venido. Pero una vez hemos entendido el mensaje, hagámosla marchar educadamente de nuestra casa. Solo así, tendremos el coraje de avanzar una vez más, con una lección aprendida.
Y si, en ocasiones, tenemos que tener la prima en casa durante más días de los previstos, tengamos presente que hay muchos remedios para mantenerla tranquila y que no nos moleste demasiado, como por ejemplo con unas Flores de Bach que la dejarán adormilada hasta que nosotros mismos la acompañemos hasta el portal.
Montse Andreu